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Imagen de David Goitia

 

Muchas son las preguntas que surgen la primera vez que alguien se acerca al rito de la Vijanera: ¿Qué es?, ¿Cuáles son sus orígenes?, ¿Qué simboliza?… La verdad es que no es fácil responder a cada una de ellas con exactitud ya que la mascarada se escapa a cualquier límite racional que intente etiquetarla. Lo cierto es que nace de un tronco común que arraigó en esta parte de la cordillera porque sus pobladores la dotaron de un carácter único que ha pervivido hasta nuestros días.

Sobre la razón por la cual se ha conservado su esencia hasta los inicios del siglo XXI acumulando estratos de cada una de las épocas, podemos encontrar la clave en lo arraigado de este tipo de ritos en el subconsciente de los grupos sociales que los mantienen vivos. Además, alguno de los rasgos principales de las mascaradas como: la defensa del territorio, el cortejo o la iniciación, han hecho que las distintas generaciones los asimilasen con mucha facilidad haciéndolos suyos.

Para entender el rito con toda su complejidad, es necesario analizar por separado esos diferentes “estratos”. Según H. Alcalde del Río el origen de estos rituales debemos buscarlo milenios atrás al existir trazas claras de chamanismo que evolucionaron y se extendieron geográficamente por todo el continente. Según algunas teorías, esta expansión pudo realizarse de modo inverso al tradicionalmente aceptado; es decir puede que precisamente surgiesen aquí en la cornisa cantábrica aunque posteriormente volviesen a recibir la influencia de los pueblos venidos del este.

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Imagen de Carlos Torralvo

 

En cuanto a la conexión con el mundo de los antiguos cántabros, no cabe duda que muchas de sus creencias se condensan en la mascarada. Al igual que para el resto de pueblos indoeuropeos, uno de los puntos álgidos del año era el denominado solsticio hiemal. Durante estos días finales del mes de Diciembre el sol comienza a ganar la batalla a las sombras, los días lentamente se van alargando y por tanto el ciclo comienza de nuevo. Es precisamente la fecha uno de los factores que mejor conectan con dicha época y su carácter pagano. En que en el caso de la Vijanera se mantiene inalterada a diferencia de otras mascaradas que la retrasaron hasta San Sebastián, Carnavales o la fiesta de los distintos patrones incluso en verano por influencia del mundo cristiano. Por otra parte ayuda, junto con el resto de ritos estacionales como las Marzas, la Maya y el Samuin; a dividir el año marcando el inicio y el final de cada uno de los ciclos.

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Imagen de Miguel Ángel Toca

 

Otra de las funciones principales de la fiesta es la de servir de ceremonia de iniciación. En este sentido, desde la prehistoria en todo el área indoeuropea existían unas cofradías o agrupaciones iniciáticas masculinas denominadas “Männerbünde”. Era precisamente durante el solsticio de invierno cuando en diversos rituales un ejército de muertos liderado por un caudillo divino podía aparecer y aterrar al enemigo. Además de vestirse con pieles, principalmente de lobo, el resto de sus ropajes eran negros, algo que entronca con la creencia de renovación de ciclo y de que las almas de los muertos que recaían en la figura del Oso. De hecho, uno de los motivos por los cuales los Zarramacos y otros personajes tiznan su cara de negro es precisamente que dicho animal lo vea oscuro, salga de una forma decidida de su cueva y termine el invierno. Si hay luna llena y en consecuencia ve mucha luz, regresa soltando las almas de los difuntos y retrasando 40 días el inicio de la primavera.

El Zarramaco habría transmutado desde esta función de guerrero del más allá a defender precisamente lo contrario, que dichas almas malignas no atemorizasen al grupo social acelerando por otra parte la llegada del nuevo ciclo. Estas creencias, unidas a los excitantes principalmente alcohólicos ayudarían a los antiguos cántabros a conseguir el éxtasis o furor guerrero que durante siglos se ha venido conservando en las danzas frenéticas de los Zarramacos. Según Estrabón y Silio Itálico, alcanzar este estado se trataba de un recurso habitual de los cántabros durante el combate.

También según las crónicas de los historiadores romanos de la época, las cuadrillas cubiertas con pieles y armadas con palos, se enfrentaban hasta que una de las bandas sometía a la otra, preferiblemente de otra tribu cercana sirviendo de rito de iniciación para los futuros guerreros. Precisamente el acto de la raya de la Vijanera representa esta defensa del territorio. Por otra parte, los Zarramacos son conocidos en gran parte de Asturias y Cantabria como Zamarrones, siendo éste precisamente el vocablo utilizado para designar a las cuadrillas de jóvenes guerreros de las tribus cántabras.

Según Adriano García Lomas, existirían similitudes con los pastores danzantes celtas relatados por Estrabon y Appiano. También identificó en los guerreros cántabros cubiertos con pieles que aparecen en la estela de Zurita similitudes con los Zarramacos de principios del siglo XX.

Por otra parte, si algo define a este tipo de mascaradas en todo el continente europeo es el ruido. Se trata de un elemento fundamental que antaño también servía para aterrar al enemigo ya fuese mediante el golpeo contra los escudos o como en este caso mediante los campanos.  Otro punto de unión de las Vijaneras actuales con las ceremonias de estos pueblos eran las denominadas “danzas de caballitos”. Los guerreros simulaban cabalgar a lomos de caballos elaborados a partir de un armazón. Hoy en día el Caballero o incluso la Pepa conservan esa función mágica de tránsito entre dos mundos.

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Imagen de Ramón Santamaría

 

A día  de hoy aún existe una fuerte conexión del rito con su entorno geográfico. Sin ir más lejos, el pueblo se encuentra a las faldas de puntos estratégicos de las guerras cántabras como son los campamentos romanos del Cantón, el Cueto y sobre todo el principal de Cildá que asediaron el castro cántabro de la Espina del Gallego. En lo emocional, quizás los personajes que mejor conectan con los cultos naturalistas de los antiguos cántabros son los trapajones. Por un lado vivifican los elementos naturales del entorno al tiempo que mantienen el vínculo con la mitología.

Precisamente con un papel muy importante en la mascarada y relacionado con estos cultos que adoraban al sol, los ríos, las montañas… el Pico Jano domina el valle. Según González Echegaray algunos topónimos como «suano, hano y jano» denotan lo sagrado de su condición; en latín “montem fanum”. No sería extraño que los cántabros que poblaban el valle viesen en este coloso de forma piramidal una divinidad.

En cuanto a la relación con el mundo romano, la más clara la encontramos en la vinculación con las Saturnales. Son muchas sus semejanzas con las mascaradas de invierno aunque el cristianismo realizó una transposición de las mismas dividiéndolas en dos: por un lado la navidad y por otro los carnavales. En el primer caso, coincidiría con el nacimiento del sol invictus o el anteriormente aludido solsticio hiemal. En el segundo, se trató de separar toda la carga de alteración del orden relegándola a una fecha posterior en un momento concreto permitido por la iglesia.

Como su nombre indica estaban dedicadas a Saturno, dios de la agricultura por lo que la fertilidad y la renovación de las cosechas tenían un papel importante. Realmente uno de los fines principales de la fiesta es precisamente la supervivencia del grupo mediante la fecundidad de la tierra y la renovación de los cultivos.

En las Calendas de Enero, encontramos otro rasgo presente en las Vijaneras desde su origen, según atestiguaba Asterio (siglo III), en las ceremonias participaban soldados travestidos de mujeres. Por su parte, San Paciano (siglo IV) censuraba que la población saliese a las calles coincidiendo con estas fechas vestidos con pieles de ciervos y otros animales.

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Imagen de Santiago San Martín

 

Etimológicamente también existen teorías que ponen de manifiesto la relación con Jano a quién se consagró el mes de Enero. Su origen se asemeja al nombre clásico de la fiesta romana la “Dies Januaria”, bajo la forma comprimida de Vie-Janera. Según algunos testimonios en los límites de los pueblos hasta los inicios del siglo XX se ponían dioses con doble cara, que eran denominados janos. Precisamente Jano tenía dos caras mirando hacia ambos lados de su perfil siendo el dios de las puertas, los comienzos y los finales. Se lo invocaba también al comenzar una guerra como así sucedió en el caso de las Guerras Cántabras. Sin duda, la Vijanera consiste en ese comenzar un ciclo y terminar otro. También Janua significa puerta, si le añadimos el prefijo vi, obtenemos dos puertas, el año viejo y el año nuevo.

Todo esto no quiere decir que este tipo de ritos provengan directamente de dichas festividades romanas. Precisamente los lugares donde han pervivido las mascaradas hasta nuestros días con mayor fuerza fueron muy poco romanizados al estar aislados, generalmente en entornos de montaña. De hecho en zonas como: Polonia, Finlandia, Ucrania o Letonia encontramos también este tipo de manifestaciones culturales. Un hecho que refuerza este razonamiento es que en las zonas de la Península más romanizadas, como pueden ser la Tarraconense o la Bética, no abundan este tipo de celebraciones siendo más fuertes en aquellos puntos con mayor influencia celta o de otros pueblos indoeuropeos. La explicación de esta conexión, radica en que el mundo romano antes de la adopción del cristianismo fue muy permeable a todas estas creencias que adoptó, moldeó y documentó especialmente tras la expansión del cristianismo, momento en el que se prohibieron.

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Imagen de Jesús Martín

 

Con todo lo anterior, podemos decir que en parte, la Vijanera y el resto de mascaradas de invierno son una de las pocas manifestaciones celebradas en aquella época que han conseguido perdurar hasta nuestros días, destacando el caso de Silió por la abundancia de personajes y simbolismos. No hay duda de que los antiguos cántabros celebraban el solsticio de invierno mediante este tipo de ritos y que a su vez los romanos también lo conmemoraban aunque con otros matices y siempre en honor a sus dioses.

Sin embargo, como siempre nos gusta decir, las palabras de poco valen a la hora de describir de donde viene y que simboliza este rito de paso. Es el orgullo de un pueblo, un sentimiento que se desborda y que defiende una cultura milenaria en un mundo muy diferente. Aquella cultura sigue viva siglos después en una ceremonia que simboliza la unión del hombre Iguñés con su entorno.